¿Te has divorciado hace poco? Sabemos que no es consuelo, pero tu caso es uno de los 100.000 que cada año hay en España. Me he divorciado y ahora qué. Te invitamos a leer nuestra #GuíaKlinc sobre las etapas emocionales del divorcio. Spoiler: aún te queda.
Al principio siempre parece una buena idea. Pero a veces —y esto es algo que nadie ha conseguido entender aún— el amor se evapora súbitamente y lo que antaño era una apasionada y estimulante relación de pareja se convierte en otra cosa. ¿Infidelidad? ¿Desinterés? ¿Apreturas económicas? ¿Demasiada movida tóxica? Son muchas las razones que pueden conducir al fin del amor, pero aquí no nos detendremos en ellas.
¿Qué ha fallado? Nadie lo sabe. El desamor es extraño. Lo están estudiando.
En este post te contamos qué ocurre después de tomar la triste y definitiva decisión, qué puedes esperar a partir de entonces, esa segunda parte de la película que no te contaron y que comienza cuando cuando se pronucia el goodbye love. ¿Me he divorciado y ahora qué? Respirad. Tomad nota. Y ahora sí:; adentrémonos sin demora en la maraña de espinas.
Me he divorciado y ahora qué: negación
La historia siempre comienza con tres palabras: “No me lo creo”. Da igual que tu ruptura sea a causa de una fulgurante infidelidad o el producto de una farragosa crisis larvada durante años. La gente te dice “lo siento” y te da unas palmaditas de ánimo en la espalda. “No me lo creo”. Has encontrado en Internet un artículo sobre la custodia compartida que parece que aclara bastante las cosas. “No me lo creo”. Quedas con él o ella en un solitario aparcamiento para devolver las llaves y de paso la sudadera esa naranjita que se coló sin querer en la maleta. “No me lo creo”.
A la vuelta, llamas a tu mejor amigo. Te armas de valor y le das la noticia sin anestesia; “Me he divorciado”. Se sorprende mogollón, no consigue explicárselo, madre mía, se os veía tan bien juntos. O por el contrario, tu amigo también se arma de valor y opta por ser sincero: “Os conozco a los dos y creo que has hecho lo correcto”.
Aceptar una ruptura es aceptar, en cierto modo, que parte de nuestra vida anterior tampoco ha existido.
Pasas un buen rato explicándole los detalles, te detienes en un par de hechos que para ti fueron determinantes. Escuchas su opinión y lo mismo te animas y te da por reír y decir que, bueno, afortunadamente aún conservas tu cuenta de Tinder. Ya está: te has divorciado. No serás ni el primero ni el último. Además, ahora eres libre y podrás hacer lo que quieras. Se acabaron las discusiones y las caras largas. Cuelgas con el convencimiento de haber iniciado una nueva etapa. Te quedas un momento mirando por la ventana. “No me lo creo”.
No conviene idealizar, porque después hay que desidealizar y es un follón.
Las personas somos animales de costumbres. Además: no se trata sólo del amor. Una historia de pareja también son las rutinas, los lugares, los recuerdos, las palabras, las sensaciones que la han definido y se han convertido, con el transcurso de la relación, en un universo privado y secreto. Un universo compartido que ahora, sencillamente, ya no está. Aceptar una ruptura es aceptar, en cierto modo, que parte de nuestra vida anterior tampoco ha existido. Por eso nos cuesta tanto hacernos a la idea. Pero el cerebro es sabio y en algún momento lo hará. Es hora de pasar a la siguiente fase. ¿Sabes cuál es? Lo has adivinado: la del cabreo.
Me he divorciado y no hay quien me aguante
Empezará cualquier día. Por ejemplo, hablando por teléfono con ese amigo tuyo con quien fuiste capaz de formular por primera vez que te habías divorciado. Estaréis hablando, por ejemplo, de un compañero de trabajo que te parece atractivo. “Perdona”, le dirás de repente, “pero tú no tienes ni idea de cómo me siento.” El pobre de tu amigo tratará de excusarse: “Disculpa, no pretendía…” Y sin saber muy bien por qué, le colgarás el teléfono. Faltaba más.
¿Qué es eso de que un clavo saca a otro clavo? Tu amigo no tiene ni idea. Nadie tiene ni idea, excepto tú, de la inconmensurable dimensión de tu sufrimiento. Pero da igual; sabes perfectamente cómo estar sola. O solo. Te llamará al cabo de unos pocos días y hablaréis de nuevo en tono cordial. Ninguno de los dos mencionará el incidente. Te volverá a llamar al cabo de unas semanas. Y por algún motivo, ya no se lo cogerás.
No me aguanto ni a mí mismo. Imagínate a ti.
Cuando sufrimos, las personas, a veces, tendemos a refugiarnos en el orgullo de nuestro propio sufrimiento. Se trata de un mecanismo irracional y primario, algo que hacemos sin saber por qué y, al mismo tiempo, sentimos el impulso de llevar a cabo. En estas ocasiones, nuestra mente toma la forma de una densa nebulosa de rencores y palabras nunca dichas, frustraciones y pesares, sentimientos de venganza, vulnerabilidad y miedo.
Nuestro cabreo tiene un desencadenante claro: la persona que nos ha dejado. O a la que hemos abandonado porque “no quedaba otro remedio”. Tu ex, vaya. Da igual lo que haya hecho porque será la persona más horrible del universo y el universo un lugar injusto y cruel por haber albergado algún día su existencia. La sudadera esa naranjita. Te enfadarás también con ella y le harás vudú imaginariamente por las noches. “La policía encuentra una sudadera naranjita descuartizada en el puerto. En un momento volvemos con más noticias”. Tu sed de sangre será infinita.
Las personas somos bastante eficientes aceptando la pérdida, pero para ello necesitamos elaborar un relato de lo que ha sucedido.
También tendrás movida con familiares, vecinos, colegas de la oficina, teleoperadores que te llaman para actualizar la tarifa del gas, gente arbitraria con la que coincides en el cine o en el metro. Lo llamarás “ponerte en tu sitio”. Lo llamarás “saber con quién puedes y no puedes contar”. Pero la realidad es que, poco a poco, te encontrarás solo. Bueno, no del todo, ya que siempre contarás con la inapreciable compañía de tu sufrimiento. Ten paciencia: algún día él también acabará hasta el gorro de ti y se marchará.
La duración de la fase de cabreo post-divorcio es variable: de unos meses a toda una vida. Si persiste, aconsejamos ponerse en contacto con su especialista.
Me he divorciado y me arrepiento
La tercera de las etapas del divorcio es la de negociación, esto es, cuando la ira se desvanece (más o menos) y decides tratar de entender las causas del desastre. Las personas somos bastante eficientes aceptando la pérdida, pero para ello necesitamos elaborar un relato de lo que ha sucedido. De lo contrario, sólo queda la nada, el vacío, el abismo de lo que sucede sin el menor sentido, como si un rayo cayera del cielo y nos fulminara simplemente porque le ha dado la gana.
Historia de mí mismo. Capítulo primero.
Y con ese afán, empezarás la labor de unir las piezas del rompecabezas de tu relación. Es el momento de los “¿Y si…?” Comenzarás a coleccionarlos como cromos. ¿Y si hubiéramos sido más pacientes? ¿Y si hubiera sido capaz de darme cuenta mucho antes? ¿Y si nos hubiéramos mudado de ciudad? ¿Y si hubiéramos tenido un hijo? ¿Y si hubiésemos visitado a un terapeuta de pareja? ¿Y si no hubiera sido tan intransigente con ese asunto de la toalla mojada colgada en el pomo de la puerta? ¿Y si hubiera aceptado ese trabajo? ¿Y si mi vida hubiese sido diferente? ¿Cómo habría sido mi vida?
También, en esta etapa, una vez superadas las fases más intensas de la confusión inicial y la ira, es frecuente que probemos a establecer relaciones amorosas nuevas. Alguien te dirá: pues yo usé OKCupid y me fue bien. O quizás: “Nada como apuntarte a un meet-up de senderismo“. Y probarás esas y otras estrategias con éxito variable. Es posible que conozcas a personas nuevas y divertidas, seguramente tan tocadas como tú o más porque vienen de situaciones muy parecidas. Los buenos ratos comenzarán a hacerse más frecuentes y acaso vislumbrarás un poco de luz al final del túnel.
Pero en el fondo, te sentirás vacío. ¿Me he divorciado y ahora qué? Bueno, ahora pueden ser muchas cosas. Pero el problema sigue siendo el antes. Todo lo que sucedió y no logras entender porque, usualmente, los problemas del corazón son misteriosos e irresolubles. Y por mucho que te fastidie, una certeza comienza a hacerse más evidente: aunque no eches de menos a tu ex, echas de menos todo lo que fuiste capaz de conseguir a su lado. Echas de menos a la persona que fuiste y, quizá, ya no volverás a ser.
Me he divorciado y ahora qué: el mal rollo
La depresión es la cuarta de las etapas del divorcio. Podemos definirla como un estado profundo de tristeza motivado por todo lo anterior, unido a la desesperanza que produce el pensar que nunca más volverás a ser feliz., Es el momento también de la apatía y la añoranza. Puede que incluso sientas deseos de llamar a tu ex y preguntarle cómo está. ¿Sería una buena idea? No lo sabes, pero estás demasiado cansado como para pensar en ello.
Ya no estás tan cabreado y los buenos recuerdos comienzan a invadirte en los momentos más insospechados. Recuerdas cuando eras feliz. Nuestro primer impulso es el de tratar de pensar en otra cosa. Craso error: por si aún no lo sabes, sólo es posible olvidar recordando. Así funciona. Debes permitir que esas imágenes dichosas acudan a tu mente siempre que quieran, dejándoles vía libre, recreándote incluso. Verás que, con el tiempo, a base de recordar, los recuerdos se vuelven cada vez más vagos, como si se difuminaran, como su estuvieran grabados en una cinta VHS que se desgasta con cada pasada.
Todo llega y todo pasa. Palabra.
La fase final: aceptación de lo que hay
Pasará cuando menos te lo esperes. Estarás dando una vuelta por el parque, por ejemplo, pensando en tus cosas o escuchando la más deprimente de las playlists que has confeccionado durante este periodo. Entonces lo verás: tu ex está paseando en dirección opuesta y estáis a punto de cruzaros. No lo podrás creer. ¿Te habrá descubierto? Lo primero que te pide el cuerpo es salir corriendo y esconderte dentro de un arbusto o algo así. Demasiado tarde: tu ex te está mirando y alza la mano para saludarte.
Estáis parados, frente a frente, por primera vez en meses, Puede que años. Todavía con el corazón en un puño, realizarás un rápido escáner. Tiene un aspecto diferente. Está más delgado y ahora lleva gafas. Unas gafas deportivas, a la moda. Su mirada también ha cambiado y, por momentos, mientras habla sin parar de su nuevo trabajo y de que tiene pendiente una operación de próstata o vesícula en enero, te parecerá estar hablando con alguien a quien no conoces de nada.
No te preocupes: estos encuentros suelen ser breves y cordiales, siempre y cuando ambos hayáis pasado correctamente por todas las etapas del divorcio. Charlaréis un rato y puede que incluso te rías con alguna pequeña anécdota que se cuele en la conversación. Al final, os daréis la mano. Tu ex te dirá que quedéis algún día para comer y tu responderás: “Claro que sí”. Tiene que contarte su proyecto de ascensión al Monte Kazbek y que ahora, gracias a la meditación, ha aprendido a controlar sus impulsos autodestructivos y que, por ello, su vida es algo mejor.
Te dirá adiós con la mano y se marchará en un patinete eléctrico. Te quedarás a cuadros. Era él. O ella. Tienes que contárselo rápidamente a tu amigo, con el que afortunadamente hiciste las paces durante la etapa de negociación.
Pero no lo harás. Te dará pereza. Tendrás un asunto urgente. Cualquier cosa. Observarás por última vez a tu ex perderse ente la gente y tú continuarás tu camino.
Y así llegarás al final de la película. No esperes música épica ni grandes moralejas. Es algo bastante más sencillo. Aún no comprendes lo que os sucedió. Pero ya te da igual.
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